Extraído de “Razón, cámara y acción: Educación transmedia para vencer la desinformación”, Trabajo Final del Master en TIC aplicadas a la educación
Mucho se ha discutido sobre la conveniencia o no de integrar las tecnologías de la información y la comunicación en la educación, sobre su adecuación para la enseñanza, etc. pero como sabiamente propone Martínez Salanova (2002), la tecnología, desde el ordenador a YouTube pasando por los omnipresentes teléfonos móviles, ha venido para quedarse. No tiene, pues, mucho sentido seguir intentando limitar su uso en el aula. Plantea el mismo autor también el concepto de “memoria digital”, entendida en este caso como la capacidad que nos dan las tecnologías de la información y la comunicación, y especialmente internet, para acceder a cantidades ingentes de información que difícilmente podríamos almacenar en una biblioteca, no digamos ya retener en nuestra memoria, y a algo mucho más importante: la interacción con otros usuarios, otros creadores, lo que permite un intercambio constante de información, inspiración y técnicas, creando por tanto unas sinergias difícilmente equiparables con cualquier otro momento que hayamos vivido.
Da la casualidad de que, además, nuestro alumnado está cada vez más y má acostumbrado al uso de todos estos canales de comunicación formales e informales, y demandan cada vez más el no ser meros consumidores, demandan tener la posibilidad de participar, de expresarse, especialmente en el mundo audiovisual y a través de redes sociales en las que prima la imagen y que suelen ser, no podemos negarlo, presas fáciles de la banalidad, como Instagram o Tik Tok. También es cada vez más habitual que su fuente de información y conocimiento no estructurado sea YouTube, donde pueden pasar horas alternando entre vídeos de bromas, talleres, lecciones muy bien organizadas que les ayuden con alguna asignatura que se les resista, y miles de cosas más. Nuestro alumnado ha interiorizado y aprendido de manera completamente autónoma a utilizar videojuegos, podcasts, YouTube, toda una pléyade de redes sociales y otras herramientas relacionadas con internet. Sin embargo, y pese a lo diestros que nos parecen en su manejo, los jóvenes pueden tener toda la pericia técnica, pero adolecen de otras características para las que, todavía, es necesaria la intervención de los adultos y los formadores, el tutoraje y seguimiento, por tanto, de un adulto. Es esto, pues, lo que llamaremos la Educación Transmedia o alfabetización transmedia, según se prefiera traducir “Transmedia Literacy”, el término original en lengua inglesa.
Scolari (2008) establece que el alfabetismo transmedia tendría, por tanto, que centrarse al menos tres series de prácticas: la alfabetización en los videojuegos, la alfabetización en la web y las redes sociales y, por último, en las culturas participativas. Sin querer restarle valor al primero, lo vamos a dejar al margen por no atenerse a los criterios de este trabajo, centrándonos pues en los otros dos.
En lo que respecta a los procesos de alfabetización relacionados con la web y las redes sociales (muy importantes, como es obvio, en nuestro proyecto) Hartley (2009) proponía ya que los jóvenes, desde la infancia, desarrollaban lo que él daba en llamar un “compromiso experimental” con sus semejantes y/o en su contexto, especialmente en sectores o culturas donde el DIY (Do it Yourself, háztelo tú mismo) y el DIWO (Do It With Others, hazlo con otros) sin necesidad de, para ello, pasar el tamiz de ninguna institución educativa o burocrática. Así, los más jóvenes desarrollan por su cuenta y de manera prácticamente intuitiva, a modo de prueba y error, y con el omnipresente uso de las redes sociales, competencias tales como la navegación a través de la web, acumulación de información, técnica fotográfica, sobre todo en edición (y lo mismo con el vídeo), aclararse en diferentes niveles de comunicación y crearse, no sin dificultades, una identidad digital. Si tomamos esta realidad como punto de partida y nos alejamos mínimamente de la torre de marfil del mundo académico, no nos sorprenderá pues tanto que reconocidímsimos profesionales de diferentes ámbitos, pero especialmente aquellos relacionados con las tecnologías, aprendieran y desarrollaran sus competencias y habilidades fuera de cualquier tipo de educación reglada. Para nosotros, pues, ésta alfabetización nos resultará muy útil, pues no deberemos empezar de cero: bastará con pulir algunos aspectos que poco tienen que ver con lo estrictamente tecnológico, mediático o transmediático, pero que, inevitablemente, se enlazan con estos aspectos, como pueden ser el desarrollo de madurez de nuestro alumnado, el acceso, búsqueda y selección de información, curación de contenidos. Al menos sabremos de antemano que dominan al mismo nivel (y probablemente incluso mejor) los aspectos técnicos y tecnológicos. En otro ámbitos, como la edición de audio, pero sobre todo fotografía y vídeo nos encontraremos que, a no ser que nosotros dispongamos de una formación específica en esa área, su manejo, aunque intuitivo, de apps y recursos será mejor que la nuestra. Será importante, por tanto, prestarle atención y sacarle partido, como desarrollaremos en la explicación metodológica y pormenorizada del proyecto.
Por lo que respecta al segundo apartado, debemos saber en qué modo se desarrolla la cultura participativa en la actualidad. El primer punto es obvio: esta cultura participativa está ligada hoy en día básicamente a internet: el lugar que antiguamente ocupaba la comunidad, las personas más allegadas, ese papel vital de transmisores de la cultura, lo juegan hoy la web y los miles de sitios, foros, vídeos, etc que nos permiten aprender casi cualquier cosa: de la especificación tribal al vasto e inabarcable conocimiento de la aldea global. En este nuevo aprendizaje informal, que se da sobre todo entre iguales entre personas que aportan a la vez que y en la que los aprendices (cuesta referirse a ellos como estudiantes) son a su vez instructores, aportando contenido y valor añadido al contexto social en red.
Puede percibirse, por tanto, que existe una brecha insalvable hoy entre el modo más o menos natural, orgánico e intuitivo con el que el alumnado usa los medios en su día a día y la forma lenta, extremadamente rígida y estructurada hasta la inutilidad con la que se pretenden adquirir destrezas, conocimientos y competencias parecidos en los centros educativos, lo que Castro y Lin (2015) llaman “disonancia digital”. La mejor forma de detener esta disonancia, como ya se ha insinuado aquí, sería la de permitir al alumnado no ser sólo un mero receptor de procedimientos, conocimientos y competencias, sino permitirle además que, de una parte activa, desarrolle talleres siguiendo los sitemas que se han probado útiles para su autoaprendizaje para con sus compañeros y compañeras, a finde que puedan compartir su conocimiento, ganar confianza y tener un rol más activo en el desarrollo de la actividad docente, hasta el punto de que, como veremos, pueden convertirse en profesores de sus propios compañeros cuando no directamente de los propios profesores.
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