«La mejor forma de desarrollar la inteligencia es desarrollar el cuerpo calloso del cerebro, y la mejor manera de desarrollar el cuerpo calloso del cerebro es hacer la croqueta». Escuché esta frase de un mediático profesor que tuve en un máster que cursé recientemente, experto pedagogo que vende su propia línea de juegos y juguetes para los más pequeños de la casa. 

Con un par, pensé: Mozart, Einstein, Ada Lovelace, Marie Curie, Stephen Hawking. Todos y todas se dedicaron a hacer la croqueta cuando eran niños. Solo eso, según mi mediático profesor, podría salvar a los críos de la hoy tan temida mediocridad. 

El “dogma del adogmatismo“ de la posmodernidad nos lleva a que alguien pueda decir eso y no solo sentirse satisfecho, sino sentar cátedra. Y todo porque ha leído un estudio de la UCLA donde se establece cómo, en edades tempranas, la motricidad ayuda a desarrollar el cuerpo calloso y como éste, que une los dos hemisferios cerebrales, ayuda a mejorar el rendimiento de nuestro cerebro.

Luego, el «espabilao» de turno le da un corpus teórico un poco resultón, con un nombre en inglés donde aparezca el sufijo «co-» y un par de términos molones: «co-croqueting paradoxical learning», por ejemplo, da una charla TED y empieza a ofrecer resultados sesgados de su eficacia.

Al cabo de un par de años, centros privados, siempre ávidos de estar a la vanguardia y ser competitivos, introducen el «co-croqueting paradoxical learning» en sus escuelas, pagando una pasta y obligando a un profesorado ya saturado de la de cosas que ha probado a reciclarse y usarlo. Como los resultados no son la panacea esperada, caben dos posibilidades:

a) Flagelarse pensando qué se ha hecho mal, echándose la culpa y pensando que los profesores del centro, unos profesionales con 20 años de experiencia, no tienen ni idea de cómo hacer su trabajo 

b) Comulgar con ruedas de molino y decir que el sistema es buenísimo y, como el que nos vendió la moto, ofrecer nosotros nuestra propia Vespino con información sesgada.

Como los resultados sesgados son aparentemente tan buenos y es un algo tan magnífico que no sabemos cómo es posible que hayamos creado el mayor progreso de la humanidad desde la Revolución Industrial hasta hoy solo con el tipo de transmisión del conocimiento que ya conocemos y dominamos, sin hacer la croqueta, un montón de iniciativas privadas (Fundación Telefónica, Fundación BBVA, la OCDE y su informe PISA, Desatranques Jaén) nos dicen que nuestra educación está mal, que nuestros profesionales son malos y que estamos arruinando la vida a nuestros zagales por no aplicar el «co-croqueting paradoxical learning», Así que los gobiernos se gastan una pasta en implantar rápido y mal un sistema que nace viciado: de un aporte científico serio, alguien ha creado una magufada que además se ha ido desvirtuando más por el camino hasta sublimarse en algo completamente nuevo: la metamagufada. Como, finalmente, siempre hay alguien como el niño aquel de «El Traje Nuevo del Emperador» de Andersen que acaba diciéndonos que el emperador no lleva ningún ropaje, que va en bolas, pues vuelta a empezar: desconcierto,  depresión, desnorte. Hasta que un nuevo dogma, un nuevo paradigma aparece en el horizonte, y el proceso arranca de nuevo.

Uno de los valores de la nueva pedagogía, algo que consideran «vanguardista», es la introducción del pensamiento crítico. Entrecomillo vanguardista porque la mayéutica socrática se basaba en eso, hace 2600 años. Me pregunto cómo queremos formar jóvenes con pensamiento crítico cuando los adultos nos movemos  como la procesionaria del pino.