“La Balsa de La Medusa”, el célebre cuadro que encumbró a un apenas treintañero Theodore Gericault, está inspirado en un acontecimiento real, el naufragio de la fragata “Meduse”, una embarcación francesa que se fue a pique cuando se dirigía a Senegal. No habiendo puestos en los botes salvavidas para todo el pasaje, se decidió construir una balsa a la que subieron 147 hombres y mujeres (17 de ellos miembros de la tripulación) y que, tras intentar remolcarla desde los botes, fue abandonada a su suerte porque el peso de la balsa retrasaba el camino de las chalupas de salvamento hacia tierra firme. Nadie en la recién restaurada monarquía francesa de Luis XVIII se preocupó por las casi 150 almas de la balsa, que fue encontrada 13 días después por el buque Argus. Solo 15 personas seguían con vida.

Escuchando a Mariano Rajoy hablar de la recuperación económica, de que España está llamada a convertirse en la locomotora de Europa, desayunándonos con sus ministros diciendo que la reforma laboral está teniendo el efecto deseado o que la emigración a la que la población juvenil se ve forzada es algo muy positivo y, por supuesto, completamente voluntario, o viéndoles en manos de las compañías eléctricas en un momento en el que la pobreza energética es una realidad en nuestro país, establecer el símil con el cuadro de Gericault y la historia que lo inspiró es no solo justo, es hasta obvio:

Tras forzar la máquina, el capitán del Meduse hizo encallar el barco en un banco de arena, pues se había desviado más de 100 kilómetros de su rumbo, como le ha pasado a nuestro país tras años y años de irresponsabilidad económica, corrupción y mala gestión política. Pero, al igual que en la Meduse, los resultados del encallamiento no han sido iguales para todos: mientras que el capitán y sus acólitos se ubicaron cómodamente en los botes salvavidas, otra parte fue condenada a una balsa mal construida, que hacía aguas por todas partes y que, además, fue abandonada a su suerte tras comprobar desde los botes que arrastrarla les retrasaba.

Los botes llegaron a Senegal rápidamente, pero los hombres y mujeres de la balsa fueron abandonados a su suerte con una bolsa de galletas y dos barriles de agua, y es así como vive una gran parte de los hombres y mujeres de este país: abandonados por un estado que, en aras de la prosperidad macroeconómica, corta las sogas que los une y retrasa, dejándolos a su suerte con las limosnas, separándose y creando una brecha entre ricos y pobres tan grande como la distancia entre los botes y la balsa del Meduse.

Y al igual que el suicidio, la violencia e incluso el canibalismo acabó anidando entre los apenas 15 supervivientes de la malograda e improvisada embarcación, así crece en nuestro país entre los que estamos marginados en la balsa sentimientos de rechazo, de desafección, de falta de confianza: la desesperanza se agarra, asfixiando, a un importante porcentaje de la población que debe escuchar, ojiplática, como sus dirigentes que han llegado ya a la costa en sus botes se quejan de sus míseros sueldos, han de escucharles decir que protestar está mal, que es poco patriótico; han de aceptar que quien la hace la paga, y si no puedes pagar, te quitan lo que haces. Y así, abandonados a su suerte en la balsa de España, 2 millones de niños y niñas de este país pasan hambre mientras que ven en la televisión a sus representantes hablar de reformas de la Constitución, de tarjetas black, de federalismos, nacionalismo y marca España. Los jóvenes abandonados en nuestra balsa que, desesperados, se tiran al mar en busca de las costas extranjeras que les den la oportunidad de sobrevivir que España les niega son criticados y privados de privilegios y, aquellos a los que el hambre les lleva a la desesperación y el delito tienen que ver como aquellos que los abandonaron a su suerte los censuran por ello.

Cuando el buque Argus encontró a los 15 supervivientes flotando a la deriva sobre un montón de tablas podridas, estos jamás volvieron a ser los mismos: el canibalismo, el asesinato, el dolor les habían cambiado para siempre. No permitamos más balsas como la del Meduse. No permitamos que, la historia, pinte a los más débiles, en el futuro, desesperados y abandonados, como los moradores de la balsa a la que magistralmente dieron vida los pinceles de Gericault.